Cristo de la Misericordia. Iglesia de San José. Granada
Información general
José de Mora. Escultura
Padre M. Francisco. Cruz
La información sobre esta intervención está extraída de los informes de ejecución
Datos históricos
El Cristo de la Misericordia de la iglesia de San José de Granada, realizado por el escultor José de Mora (1642-1724) en los años centrales de su producción artística, es una de las obras cumbres de la imaginería barroca granadina. Perteneció en su origen a la iglesia del convento de San Gregorio Bético de donde fue trasladado a su emplazamiento actual tras la Desamortización de Mendizábal. En 1925 fue convertido en imagen procesional, hasta que en 1975 volvió a ser reservado al culto de su capilla.
Es una obra de gran calidad estética y con características muy singulares. En su fisonomía, de acusados rasgos semíticos, recuerda al Ecce Homo de la Capilla Real, que unos atribuyen a Mora y otros a José Risueño. El rostro es muy expresivo, tanto en su conjunto como en sus detalles: quiebro de cejas, pómulos marcados, ojos entornados con el párpado superior muy hundido, nariz larga, algo aguileña, y boca entreabierta, mostrando los dientes. El bigote, las cejas, la barba bífida y el cabello se han perfilado minuciosamente sobre las carnaciones a punta de pincel. Con el dramatismo del rostro muerto contrasta el clasicismo e idealización del cuerpo, que se mantiene erguido en la cruz.
Al igual que los crucificados conocidos de Alonso Cano, una escultura y tres pinturas, tiene las manos cerradas, hecho poco frecuente en la escultura andaluza. También peculiar es el paño de pureza, de tela de lino encolada y color carmín violáceo, como enrojecido por la sangre, sujeto con una cuerda natural endurecida.
En consonancia con el estilo idealista de la escultura, la cruz original no es arbórea, sino plana y revestida de una rica decoración de chapas de marfil y carey. A ella se sujeta el Cristo por medio de tres tornillos dispuestos a lo largo de la espalda y los glúteos, además de los de las manos y pies. En 1975-76 se sustituyó el antiguo tornillo de los glúteos por otro enroscado a una pieza de hierro en forma de doble cola de milano anclada fuertemente a la madera.
A lo largo del tiempo ha habido modificaciones en la corona de espinas y en la cruz. Solo desde los años 20 del siglo pasado se han documentado cuatro coronas y tres cruces diferentes.
Estado previo
En la encarnación existía un contraste muy acentuado entre la parte frontal, que había sufrido muchas limpiezas a lo largo del tiempo, y la zona posterior, recubierta por una capa oscura de suciedad, humo de velas y un barniz de cola original oxidado. Las limpiezas, efectuadas seguramente con un paño húmedo, se concentraban en las partes más salientes de la talla, donde habían desgastado la policromía y barrido algunas veladuras originales. Sobre la superficie frotada con el paño se detectó mediante análisis una capa muy fina de cera de parafina relativamente moderna.
Las juntas de las diferentes piezas de madera aparecían abiertas, acompañadas de desprendimientos de las capas de preparación y policromía circundantes. Sin duda, la lluvia recibida durante los años en que el Cristo estuvo procesionando fue uno de los factores que incidieron en el mal estado de las uniones. También existían grietas, algunas de las cuales, provocadas por el sistema de sujeción a la cruz, partían del orificio del tornillo que soportaba más peso, que era el situado a la altura del sudario.
Las distintas coronas colocadas a la imagen habían producido dos tipos de daños. Por una parte, el continuo roce del metal ocasionó la abrasión y el desprendimiento de la policromía de la frente. Por otra, los clavos empleados para la sujeción produjeron los consiguientes orificios en la cabeza.
La tela del paño de pureza, de lino muy delgado, se encontraba totalmente quebradiza, con zonas deformadas por golpes y despegadas de la talla. Esto se había intentado remediar con tachuelas de tapicero, clavos y alfileres. La cola que le fue aplicada a la tela antes de pintarla, excesivamente fuerte, provocó el desprendimiento de la policromía por muchas zonas.
En cuanto a la cruz de taracea, unas tres cuartas partes de las placas de marfil y carey se habían perdido. La cristalización de la cola había producido la rotura y desprendimiento de la mayor parte de las piezas. La superficie estaba cubierta de suciedad y de restos de adhesivo, y los tres extremos superiores de los maderos habían sido cortados. En los cortes se hallaron restos de papel pintado de negro que seguramente fue pegado para ajustar unas cantoneras. El extremo inferior de la cruz había sido rebajado para insertarlo en el paso procesional y el ensamble del crucero se hallaba desencolado y con las espigas originales rotas.
Descripción de la intervención
La limpieza se efectuó con bisturí, ablandando ligeramente con white spirit, de forma gradual y selectiva para equilibrar el contraste excesivo entre las dos caras de la figura. Se fijó y asentó la policromía, se enchuletaron las grietas y juntas abiertas de mayor tamaño y se rellenaron las restantes con pasta de madera de resina epoxídica.
En la zona lumbar, al extraer cuatro fragmentos sueltos para su correcta adhesión, quedó un pequeño orificio que comunicaba con un hueco en el interior del torso. En lo más profundo del hueco se encontró un fragmento de papel enrollado manuscrito donde se leía únicamente el comienzo de cuatro líneas. El resto del documento no se encontró, por lo que quedó como una incógnita su contenido. Se inyectó consolidante en las zonas donde la madera presentaba falta de solidez, en especial en la parte posterior de la cabeza, y se taparon todos los agujeros, tanto de la cabeza como del paño de pureza.
El estucado y reintegración de color se realizó teniendo en cuenta que se trata de una imagen de culto de gran devoción. El color se aplicó por medio de punteado en las pequeñas faltas y un rayado vertical en las de mayor tamaño, como en la frente. Se usaron acuarelas y pigmentos al barniz.
El paño de pureza recibió un tratamiento independiente de limpieza en húmedo de las zonas más oscurecidas, considerando que la suciedad y humo estaban ya muy impregnados en la tela. La consolidación se llevó a cabo recuperando la dureza y posición de los pliegues y aprovechando la operación para asentar la policromía. Se extrajeron las tachuelas y se volvió a adherir la cuerda en los lugares de donde se había despegado.
También se restauró la cruz. Primero se limpió con jabón en disolvente orgánico y ayuda de bisturí para evitar la hidratación del marfil y se eliminaron los restos de adhesivo, proceso que en ocasiones tuvo que intercalarse con la fijación de piezas sueltas, ya que muchas de ellas estaban a punto de desprenderse. Se desinsectó la zona inferior de la cruz mediante inmersión y se consolidó la madera en las zonas donde se había eliminado el adhesivo antiguo y también por inyección en los orificios de los xilófagos para asegurar la máxima penetración. Las piezas de marfil y carey se revisaron una a una, inyectando el adhesivo cuando hizo falta y dejando secar bajo presión.
Se optó por respetar los extremos cortados de los travesaños al no encontrarse datos de su estado original. Solo se reconstruyó la parte inferior rebajada, necesaria para reubicar la cruz en la peana existente.
El ensamble del crucero hubo que ajustarlo y unirlo correctamente con nuevas espigas. Al desmontarlo se encontró una inscripción con el nombre de un tal padre M. Francisco.
Todas las faltas de marfil y carey se reintegraron con placas de imitación de celuloide de las comúnmente usadas en artesanía, pintando con anaranjado minio por el reverso para aproximar la tonalidad al carey original y aplicando una veladura amarillenta oscura de pigmentos con resina acrílica en las placas de imitación al marfil.